Ella tenía la marca.
Andaba por los caminos del mundo sin lastimarse.
Las
veces que estuvo en peligro pudo salir viva, aunque con pérdida de memoria. Eso
era algo que no podía modificar. Probablemente la pérdida de memoria sea algo
necesario.
Las plantas, las aves, los rostros de los desgraciados,
todos se inclinaban ante su paso, su mirada, sus palabras. Sus palabras estaban
más allá de la locura. Pero tenían una fuerza que las convertían en verdaderas
para cualquiera. Y así, todos intentaban seguir sus pasos. Sin suerte. Porque
la de la marca era ella.
Ella busca refugio instintivamente. Siempre tiene un
cuidador en segundo plano, uno que esté dispuesto a dar la vida por ella. Y no
le resulta difícil; cualquiera daría la vida por ella.
A veces camina agitada, otras veces se detiene, totalmente
inmóvil, ausente y lejana. Su guardián y su amor esperan pacientemente junto a
su puerta llena de plantas. Ella no quiere verlo, pero confía en su presencia.
Y le agradece de corazón, mucho más porque no siente que se lo merezca.
Ella sabe encantar serpientes, pero no lo hace a propósito.
Así, las serpientes no se dan cuenta del engaño. Cuando repentinamente ella
desaparece, las bestias se recogen en sus nidos sin saber qué hacer con sus
vidas, con su tiempo, con sus horas. Ella pierde la memoria. Ella no entiende
que se salvó. Ella no quiere entender cuán grande es la existencia.
Canta como muriendo por la música. Sangra cada nota. Y una
luz intensa brota de sus ojos como un conjuro de hadas. Todas las pasiones
humanas brotan de los pisos de madera, muebles, paredes, telarañas y perfumes.
Ella vuela por los rincones sembrando contradicciones, en cada corazón. Los
niños no entienden. Ella de niña tampoco entendía. Era una euforia o un llanto
nada más, y se preguntaba “¿de qué la nostalgia? Apenas viví 10 años. Necesito
vivir más.”
Baila como riendo, como despertando un demonio. Baila con
brazos abiertos como rindiendo culto a la luna. Cierra los ojos y envuelve todo
a su alrededor. Ella nunca estudió baile. Los pies le dicen qué hacer. Lo
descubrió de grande, antes no lo sabía y tenía miedo. Ahora se deja poseer y baila
en armonía con su espíritu.
Ella endulza o espanta. La palabra se le enrosca
deliciosamente en la lengua y asusta. Absorbe miradas y les sonríe. Despliega
el oscuro firmamento de su descontrolado saber, entrega maravillas al
interlocutor interesado, abre los ojos de un tamaño imposible y consume lo que
sea que reciba con desesperación.
Luego se confunde y se oculta.
Camina pausado sólo bajo el sol, ahora. En un principio no
había sol.
Ahora los guardianes son varios, muchos, millones de
personas que reconocen su marca. Ella agradece, pero no entiende.
Ahora que lo sabe, suele caminar pausado.
A veces se pone a correr, sólo por costumbre.
Algo le pesa.
Le pesa la suerte, le pesa el poder, le pesa la vida. Piensa
que debe aprender y no le dan oportunidad. Quiere lograrlo, ser un ser humano,
entender a las personas y ser una de ellas. Si recordara lo que hizo para
merecer la marca, la entendería mejor. Pero no. Es una marca de nacimiento que
no se quita ni con maltratos. Quiere entregarla a los que ama. Quiere sembrarla
en todas las tierras que pisa. Pero es una maldición; a los otros les hace mal.
Sufren inconmensurables dolores de existencia, de carne, de humano herido.
No duerme bien a veces. De su cama puede verlos. Demonios
espantosos haciendo guardia a su alrededor. Sabe que va a estar bien. Demasiado
bien lo sabe. Tiene la seguridad lista para aflorar, pero nadie se lo pide.
Ella espera ser valiente. Sabe que lo es, porque no teme. Ya no teme al dolor,
ni a la muerte. Sólo teme no hacer todo eso de lo que es capaz. Su seguridad
propia no le sirve absolutamente de nada.