sábado, abril 20

Confieso que he muerto


Confieso que he muerto.
Y las almejas me vieron llegar,
cansadas de tanto esperar
caminar por la playa, y otear
hacia algún lejano lugar.
De mi boca a borbotones salían historias,
quejas, poemas y algunos mensajes
como de radio vieja, porque ellas
al pie del cañón, ya habían oído
que detrás de las olas había una boba
que arponeaba tiburones que ella misma creaba
y ansiosas como locas, deseaban socorrerle.
“De nada sirve que la presiones”
le dijo una a la otra,
“Cuando ella quiera, y esté dispuesta,
va a descansar.”
Confieso que he muerto.
Todo el océano se volvió veneno
todas las gaviotas se volvieron cañones
y dejé de matar tiburones para morir de pena.
Un enjambre de medusas me envolvió
y así, hecha trizas, morí.
Carcajadas de almejas recibieron mi cuerpo
y con pétalos de rosas lo cubrieron
cantaron alegres, espantando miedos
y a gritos callados pidieron silencio.
Silencio. Ya no queremos escuchar más historias viejas.

miércoles, abril 10

La epifanía de la pareja

Él no la necesita y es capaz de no notar siquiera su presencia en este mundo cuando ella no está. Él es un caminante que ha descubierto muchas verdades, con la ayuda de quienes le han amado apasionadamente, y quienes le han odiado visceralmente. Él pertenece al viento y el viento siempre busca abrazarlo, mecerlo en los giros de la virtud. Él no miente ni dice la verdad. Comparte la esencia del universo en todas sus formas. Él no la ama. Si la amara, sería el fin. Él sería una extensión esclerosada del cuerpo y la mente de ella, una enfermedad. Un invento macabro. Un sistema entrópico cerrado. Condenado a morir.
Él está de paso, va hacia otro lugar. Él estudia las estrellas y los vientos como ella. A veces el cuerpo le pide amor, del salvaje, del bueno, del misericordioso. A veces las células son tan imperativas que le copan la existencia, se afirman como verdad única y quieren explotar. Eso también es cierto. También es cierto que la mente aquieta de la manera más súbita y poco profunda. Pero él sabe que hay más. Y quiere descubrirlo, compartirlo. Cuando ama, termina soltando. Y de las cavernas de su conciencia emerge un sol.
Ella no lo necesita. Ella sabe lo que quiere. Quiere ser. Tiene bastante claro que el ser es individual y total a la vez. Pero nunca de otro. Ella camina en círculos porque algo se le perdió. Pasa todos los días por el mismo lugar, con ojos y oídos atentos. Se concentra, y también se frustra. Encuentra soluciones y rápidamente las descarta.
Algunos días, sólo algunos días, dejan de jugar a los espejismos. Ella se ve a sí misma en las pupilas de él. Él escucha sus pensamientos en palabras de ella. Ella contempla el universo que él proyecta; él sonríe apacible esperando la sorpresa. Ella no espera ni se hace esperar, ella tiene el viento metido en la piel.