Dos mujeres. Qué hacen ellas aquí, en este preciso instante
del universo en que yo las necesito, cada vez, cada caída, cada vuelo. Un velo
de magia nos envuelve cual burbuja y el tiempo se detiene, los códigos fueron
escritos para nosotras allí, absorbiendo la ubicuidad del espacio, las
palabras, los perfumes. El que dice que estuvo allí miente. Éramos sólo tres, y
éramos un solo fenómeno. Y así será siempre. Cuando ella abre la boca para
meditar la segunda ríe y la tercera escucha. Y el orden de los factores no
altera el producto. Una hoja caída revuelve la esencia de la verdad una y otra
vez y ella sabe cómo darle lugar. La segunda escucha, la tercera se ríe. Ella
no va a permitir que la hoja toque el suelo sin otorgarle un código al piso que
la sostiene y al árbol que la deja caer. Ella es la hoja. No pierde brisa, no
pierde el tiempo, cobra color y vuelo.
Mágicamente una ve la
burbuja y se pregunta cuál es el encanto que organiza las cosas a su alrededor
en su presencia sin mayor esfuerzo.
En la quietud entre temporales, las preguntas no tienen
mayor respuesta satisfactoria que “porque amo” y es lo que es. Es lo que es
porque no tengo miedo, porque no hay caminos cerrados, porque te estaba
esperando en cualquier lugar con el corazón abierto y las manos listas.