miércoles, abril 9

Señores, no me tiembla la voz

Yo no me olvido,
ni con luces me van a distraer,
yo sé lo que vine a buscar.
Yo vine acá por alguien
y necesito verlo ya.
A mí no me engañan,
yo espero,
no me duelen las piernas
ni me tiembla la voz
cuando hablo de él.
No me sudan las manos
ni se me cae una lágrima
¡Que lo manden a llamar!
que tengo la voluntad,
que no me importan mis trajes
que él sabrá por dónde anduve.
Que no quiero más falsos bufones
ni vendedores de baratijas.
Señores,
no me tiembla la voz.

domingo, abril 6

Oda al agua

Cuando yo era chica, el agua entró por el cuello de mi útero, hasta mi útero, me dio un hijo y mi hijo salió despedido. Me quedé mirando hacia el cielo a ver si volvía, con los ojos bien abiertos por si aparecía la gaviota de los mitos, y cayó el agua, cayó tanta agua que inundó mis ojos y lloré mares, vomité acostada, arrodillada, tirada. El agua misma bañó mis cuerpo y me sostuvo como hoja de papel hasta el puerto de mi Patagonia, me arrastró sin que se lo pida, disimuló mi tristeza y me dejó parada en la arena. Como en un frasco, con agua, y yo. El agua amortiguó mis desequilibrios. El frasco se rompió, me regué por toda la tierra. Un río se fue al este, otro al norte, otro al oeste. Y en el sur quedaron mis pies, con los que yo sabía caminar. Cada vez que llegaba a un pueblo caía el agua y me recordaba, dónde dejaste tus pies. Y yo le respondía, hoy voy a bailar con mi corazón. Corazón y pies. Corazón y pies. Corazón y pies, me decía a su vez. Bajó la marea y mis vestidos con ella, y yo, ¡mis pies! y esta vez volé. Y llovía en puerto, y nadie vino a protegerme. Miré las costas, y las montañas, miré a través del agua suspendida en el aire. Llevame con vos, ya estoy cansada, tengo frío y tos. Y nos fuimos de allí, en una nube, a través de las montañas.
Ahora dicen que la lluvia no la quiere abandonar. Y llueve y llueve, en el desierto, donde ella tiene sus pies.

Vulnerable


Aceptá sentirte vulnerable
degustalo como un gran catador
llorá, si es preciso,
sentí el dolor.
Despojate de armaduras
no más trucos moralistas
no más juicios.
Que te arranque las uñas
que te duela al llorar
que no te deje entrar
ni en tu cuerpo.
Que se lleve tus días
tus horas, tus planes
tu preciada sangre
tus castos tejidos,
y no digas nada.
No le digas nada
nunca nada,
que la victoria es tuya;
porque no es el dolor
ni la pérdida
ni siquiera la falta de control
sobre tus dominios
lo que te quita del juego.
Lo que te quita del juego
es la cómoda idiotez
la plácida parálisis
el sueño.