Por qué me asustás tanto. Me asusta que te vayas y no alcance a conocerte bien, tus caras, tus ángulos. O que yo me vaya, por falta de calor.
Querer ocupar todos tus rincones, girar en torno y volver, cubrir todo tu perímetro, en un solo pensamiento. Adivinar tu íntima coherencia, tus secretos más callados, tus excusas más tiernas. ¿Qué querés decir con que el omega es saliente? ¿Y esa moral positivista del desplazamiento en negativo? Tu severidad me asusta, pero me entrego a escucharte. Te entrego mis humanidades para que encuentres el límite cuando nuestra distancia tiende a cero. Sé que al fin voy a entenderte, pero para eso, debemos superar algunas distancias: dejemos de ignorar la fricción, que es la máxima expresión de nuestras asperezas; reconocer esto es le primer paso de toda reconciliación. No me des tantas explicaciones sin decirme antes cuál es el maldito problema, porque la última vez estuve cuatro meses practicando integrales para que en Julio me dijeras que lo que necesitabas era cercar el patio de casa.
Física mía, ¡dame calor! ¡Dame el calor que te sobra cuando medís la entropía! ¿Aprenderás a quererme así, tan humanista? Encontremos el espacio, por favor, ¡por favor!, entre tus pulidos desvaríos y mi extrema impaciencia. Y un último pedido, por piedad, ¡configurame la calculadora!
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