Vendrán a buscarte. Prepará tus cosas, y que no se note que
estuviste aquí. Mejor dicho, que no se note que te fuiste y todo siga girando
alrededor de las cosas que dejaste. Te pedirán ayuda, más no podrán entenderla.
Te culparán por ello. Hermosa niña, nada es culpa tuya. Ya estaba todo así
cuando llegaste. Ordená las cosas, observá cada cosa con detalle, terminala con
esmero. Cada resto tuyo es un engranaje del universo; procurá que esté limpio y
en funcionamiento. Jamás comprenderás las oscuridades, ni las tuyas ni las de
otros. No te esfuerces ni provoques a otros, es un derroche de energía
infinita. Un agujero negro. Razonando esos caminos quedarás exhausta, y
probablemente encuentres el argumento lógico para prender fuego todo. Y ya
sabés que no lo harás. Ocupá tu lugar y respirá el aire que te corresponde.
Suspendé tus reacciones, meditalas con paciencia, y respondé como lo haría un
ser humano. ¿Te preguntaste qué es un ser humano? ¿A qué te sabe “humano”? El
nivel de tu respuesta es el nivel de tu paciencia. Respirá.
Humano. Nadie podrá jamás comprender semejante contradicción
de la naturaleza, que siendo hijo suyo, no escuche sus respuestas. Pero no
vendrán tampoco aquellos sesgados dogmas a menospreciar lo que por ley natural
se le otorga y que, exclusivamente por voluntad y sin indicación o comando, cambia
su funcionamiento. Ese trabajo es el trabajo de peso, y nunca el no haberlo
hecho de ida y de vuelta.
Hoy es el día. Ofrecé lo que te queda en las manos, ordená
las cosas, no digas nada. Alguien retomará tus proyectos desde aquí, los
engranajes siguen rodando. Gracias por quitar el polvo a las cosas, gracias por
ayudar a otros, gracias por avanzar donde nadie pudo, gracias por seguir
girando cuando todo alrededor se detenía, por dejar tantas puertas abiertas,
por seguir confiando desde el principio, siendo que nunca, nadie, te explicó
nada.