jueves, mayo 10

Una película mala

Hoy fue uno de esos días en que empiezo a despertar durante el sueño, y ya consciente me pongo a repasar los detalles antes de que se me olviden. Y a medida que lo iba repasando, una sensación extraña me teñía las pocas imágenes que aún sobrevivían al embate de la represión. 
Una sensación de haber estado viendo una mala película. No de terror. Sólo mala. Mala producción, mala música, malos diálogos, mal timing... ¡que director barato que resultó ser mi inconsciente! Antes que pedir el reintegro de mi dinero, me puse a repasar los por qués y para qués de semejante desplante. Obviamente. Hija e Woody Allen tenía que ser. 

"¿Puedes entender cuán insignificante es todo?" en Hanna y sus hermanas

En primer lugar, los personajes de las películas malas son incomprensibles, inasibles, y por lo tanto impredecibles. La esencia y los conflictos del personaje no están bien trabajados, al contrario que en las películas buenas, donde el espectador disfruta la madurez del personaje, y cómo vence los obstáculos que se le presentan. Entonces, dije yo, ¿qué me querés decir con eso?
También sucede que termina la película y el espectador no sintió en ningún momento esa emoción previa a dudar de todo, del personaje, quién es el asesino, si él se la va a jugar por ella o no; y consecutivamente la confirmación de nuestras sospechas de que sí la amaba, y que el asesino era el mismo tipo que lo estaba investigando. Una buena trama comparte la gloria del descubrimiento con el espectador. Una mala no. Las películas malas terminan con un montón de cabos sueltos; al espectador le quedan serias dudas de que el asesino sea ese, o queda convencido de que la pareja al final era muy aburrida y que hubiese sido más entretenido que se separen trágicamente.
La música. O no tiene música y a la mitad de la película el espectador no sabe qué interpretar de los sucesos, empieza a sospechar de todo, pone la info del canal a ver si es un thriller o un romántico para saber por dónde va la cosa; o tiene música todo el tiempo, lo cual es bastante molesto. King Arthur por ejemplo, en mi humilde opinión. O sea ya entendí que es emocionante cuando saca la espada, pero un silencio ahí me habría provocado un paro cardiorespiratorio de la emoción.

 Por eso que pago, obviamente.
Retomando los para qués, entonces, yo me vi ahí en la película mala, manteniendo diálogos que están de más, sacando la capa y la espada cuando ya "pasó el tren" y la gente ya está salvada, pidiendo urgente bajar del avión cuando el capitán ya anunció que el avión no va a salir de todas maneras porque es de utilería; porque está tan mal diseñada la película, que las piezas sobran. 
Comprendí que mi inconsciente me estaba preguntando, ¿estás para sobrar o estás para contar? ¿Estás controlando el timing de los eventos? No lo dilates ni te adelantes. Jugá tu rol de manera coherente, que se entienda tu esencia, lo que querés, lo que sos, lo que podés dar, lo que te puede costar.
Y así tranquilita, 120, con esa presión digna de George Lucas, amanecí. Feliz cumpleaños para mí.
Beíta. 10 de Mayo de 1984

lunes, enero 8

¿Cuánto tiempo tardamos en tomar una decisión?


Hace unos días estaba reflexionando sobre una decisión que venía tomando a medias, de a poco, a veces olvidando, volviendo a retomar desde distintos puntos de vista. Se trataba de esos proyectos que se van acumulando a lo largo de los años y nunca le ponemos demasiadas fichas. ¿Era momento de apostar? ¿Era momento de suspender? Sobre estas cosas estaba cuando me pregunté, más allá de todo, ¿cuánto tiempo tardamos en tomar una decisión?
Me acordé de la película Inception, o El origen, con Leonardo Di Caprio, tan excelente siempre. Cómo las ideas son cultivadas, desde una pequeña semilla, una idea, un concepto, una imagen, y van creciendo hasta transformarse en acciones. Concretas. Que nos cambian. Que liberan en el acto un montón de energía, ganas, ilusiones que albergamos alrededor de esa semilla.
Antes de la gran decisión hay que hacer un montón de ensayos. Personalmente creo que la decisión no lo es sino hasta que sé a qué estoy renunciando y cómo voy a hacer el duelo por aquellas cosas que voy a dejar. La renuncia es lo más importante. Es casi más importante que la decisión. Para mí, renunciar es horrible, porque aquello que dejo es un poco de personalidad, un poquito de mí que va a ir tras el telón, quién sabe por cuanto tiempo quizás por siempre. Por eso me gustan los ensayos. Un día, una semana, un mes, pruebo mi proyecto nuevo, mi rutina nueva, mis nuevas prioridades. Y observo callada la falta de lo que queda atrás. Después vuelvo a mis pasiones, obsesiones, placeres. Vuelvo a pensar.

En esto de volver andaba, cuando tomé la decisión por fin. Qué buenos que son los comienzos de año, que imprimen de energías nuevas los proyectos, acompañando el nuevo orden de las cosas.