Aprendí que hay
que seguir estudiando siempre, porque eso estimula el trabajo
cotidiano, para ver cosas nuevas, usar estrategias nuevas y ver las
cosas de otra manera. También aprendí que no por mucho estudiar me
voy a sentir más a gusto en un trabajo. Hay otras cosas que también
son importantes. Es importante tener buenos vínculos con los
compañeros, y que sean personas con las que me pueda identificar,
que sienta que buscamos lo mismo. Eso hace que el trabajo sea
coherente y se reflejen mejor los resultados. También aprendí que
no se puede depender sólo del resultado. A veces el momento vivido
es lo único de valor que podemos ofrecer. A veces lo que quiero
ofrecer como persona y como profesional no depende sólo de mí,
depende de muchas otras personas, con las que no siempre estoy de
acuerdo.
También aprendí
que cada profesional tiene sus propios valores, y que no está en mi
derecho juzgarlos. Aprendí que debo ser más tolerante con los
puntos de vista y las formas de hacer de los compañeros. Aprendí
que se hace más desde la colaboración (aunque no esté tan de
acuerdo) que desde la crítica, y se aprovecha mejor el saber, se
aprovecha mejor el tiempo, y se construyen buenos vínculos desde los
cuales seguir construyendo.
Aprendí que debe
existir un grado de identificación y esperanza con mi
paciente/alumno para poder conectar mejor con mi hacer, y lograr un
mayor grado de satisfacción. Aprendí que con objetivos claros y
alcanzables (aunque sean pequeños) trabajo mejor. Aprendí que tener
el propósito mayor en mente (the bigger picture) me ayuda a sentirme
más conectada con el hacer cotidiano. Ese propósito tiene que ser
coherente con lo que creo, con lo que veo como posibilidad en un
futuro, esté yo en él o no. Si no hay esperanza no hay deseo. Si no
hay deseo, no hay energía para el hacer cotidiano.
Aprendí que se
debe construir una confianza de base con los compañeros y superiores
para trabajar. Esa confianza no se construye si no hay voluntad de
diálogo y conciliación. La falta de diálogo genera una sensación
de soledad en el trabajo, que se desdibuja efímeramente en los
momentos de crisis o emergencia. Al parecer la realidad es que
estamos ahí para el otro, pero mientras no hay crisis, nos
encargamos de jugar un papel, un rol, desde el cual no estamos
dispuestos a ceder nada; tapando el miedo que nos produce la
posibilidad de compartir con alguien diferente a nosotros, que no
entendemos, que juzgamos sin conocer.
Aprendí de mí
que rechazo la ignorancia. Que exijo en el otro y en mí, veracidad y
exactitud en el hacer y el decir. Y claridad. Tantos años
desarrollando la posición del “no saber” en sesión,
hicieron que para mí, el “no saber” tenga exclusivamente
permitido aparecer en sesión. Permitirme el no saber en los
pasillos, en la sala de maestros, en la reunión de equipo, es el
game changer (cambia el
juego, aparecen otras posibilidades). Es permitirme jugar con el no
saber. Es permitir que surjan nuevas estrategias, vínculos, deseos,
contenidos. Que el que nunca habló, hable. Que
lo que uno hace por intuición, vaya cobrando forma desde la teoría.
Aprendí a valorar la aproximación de mis compañeros a la tarea,
sin necesidad de que lo expongan en mis términos.
Aprendí
que las ideas que tengo a veces demoran en ser escuchadas, y que
mientras tanto hay que seguir jugando el juego. Sin enojos ni
reproches. No es mala voluntad, es creación de voluntades y
sincronización con oportunidades, y eso toma tiempo. Aprendí que no
todo depende de mí.
¿Y
qué cosas dependen de mí? Elegir un lugar donde me sienta bien,
donde pueda trabajar desde mis valores y formación. Decir lo que
pienso. Hacer propuestas e invitar a compañeros a llevarlas
adelante, incluyéndolos por sus cualidades personales y su saber.
Leer y capacitarme continuamente. No tomarme las cosas a título
personal. Los interjuegos en las instituciones están supeditados a
cosas imaginarias: preconceptos sobre el rol de cada uno (¡la
musicoterapeuta sólo toca la guitarra….!), preconceptos sobre las
personas basados en el aspecto físico o la actitud, etc,
etc. Mantenerme fiel a mí misma cada día, frente a cada persona, es
mi fortaleza. Suspender el juicio y escuchar cada palabra, estar
abierta a la sorpresa, permitir que la persona se revele ante mi
percepción. Es difícil porque siempre hay prejuicios y experiencias
previas con los compañeros. Estar consciente de eso es lo que me
protege y protege al interlocutor. Permitir que el interlocutor se
equivoque al juzgarme y aclarar lo que hay que aclarar si es
necesario. A veces no lo es, al otro no le interesa. Hacer terapia y
supervisar también depende de mí.