miércoles, agosto 21

¿Qué aprendí con mi trabajo?




Aprendí que hay que seguir estudiando siempre, porque eso estimula el trabajo cotidiano, para ver cosas nuevas, usar estrategias nuevas y ver las cosas de otra manera. También aprendí que no por mucho estudiar me voy a sentir más a gusto en un trabajo. Hay otras cosas que también son importantes. Es importante tener buenos vínculos con los compañeros, y que sean personas con las que me pueda identificar, que sienta que buscamos lo mismo. Eso hace que el trabajo sea coherente y se reflejen mejor los resultados. También aprendí que no se puede depender sólo del resultado. A veces el momento vivido es lo único de valor que podemos ofrecer. A veces lo que quiero ofrecer como persona y como profesional no depende sólo de mí, depende de muchas otras personas, con las que no siempre estoy de acuerdo.
También aprendí que cada profesional tiene sus propios valores, y que no está en mi derecho juzgarlos. Aprendí que debo ser más tolerante con los puntos de vista y las formas de hacer de los compañeros. Aprendí que se hace más desde la colaboración (aunque no esté tan de acuerdo) que desde la crítica, y se aprovecha mejor el saber, se aprovecha mejor el tiempo, y se construyen buenos vínculos desde los cuales seguir construyendo.
Aprendí que debe existir un grado de identificación y esperanza con mi paciente/alumno para poder conectar mejor con mi hacer, y lograr un mayor grado de satisfacción. Aprendí que con objetivos claros y alcanzables (aunque sean pequeños) trabajo mejor. Aprendí que tener el propósito mayor en mente (the bigger picture) me ayuda a sentirme más conectada con el hacer cotidiano. Ese propósito tiene que ser coherente con lo que creo, con lo que veo como posibilidad en un futuro, esté yo en él o no. Si no hay esperanza no hay deseo. Si no hay deseo, no hay energía para el hacer cotidiano.
Aprendí que se debe construir una confianza de base con los compañeros y superiores para trabajar. Esa confianza no se construye si no hay voluntad de diálogo y conciliación. La falta de diálogo genera una sensación de soledad en el trabajo, que se desdibuja efímeramente en los momentos de crisis o emergencia. Al parecer la realidad es que estamos ahí para el otro, pero mientras no hay crisis, nos encargamos de jugar un papel, un rol, desde el cual no estamos dispuestos a ceder nada; tapando el miedo que nos produce la posibilidad de compartir con alguien diferente a nosotros, que no entendemos, que juzgamos sin conocer.
Aprendí de mí que rechazo la ignorancia. Que exijo en el otro y en mí, veracidad y exactitud en el hacer y el decir. Y claridad. Tantos años desarrollando la posición del “no saber” en sesión, hicieron que para mí, el “no saber” tenga exclusivamente permitido aparecer en sesión. Permitirme el no saber en los pasillos, en la sala de maestros, en la reunión de equipo, es el game changer (cambia el juego, aparecen otras posibilidades). Es permitirme jugar con el no saber. Es permitir que surjan nuevas estrategias, vínculos, deseos, contenidos. Que el que nunca habló, hable. Que lo que uno hace por intuición, vaya cobrando forma desde la teoría. Aprendí a valorar la aproximación de mis compañeros a la tarea, sin necesidad de que lo expongan en mis términos.
Aprendí que las ideas que tengo a veces demoran en ser escuchadas, y que mientras tanto hay que seguir jugando el juego. Sin enojos ni reproches. No es mala voluntad, es creación de voluntades y sincronización con oportunidades, y eso toma tiempo. Aprendí que no todo depende de mí.
¿Y qué cosas dependen de mí? Elegir un lugar donde me sienta bien, donde pueda trabajar desde mis valores y formación. Decir lo que pienso. Hacer propuestas e invitar a compañeros a llevarlas adelante, incluyéndolos por sus cualidades personales y su saber. Leer y capacitarme continuamente. No tomarme las cosas a título personal. Los interjuegos en las instituciones están supeditados a cosas imaginarias: preconceptos sobre el rol de cada uno (¡la musicoterapeuta sólo toca la guitarra….!), preconceptos sobre las personas basados en el aspecto físico o la actitud, etc, etc. Mantenerme fiel a mí misma cada día, frente a cada persona, es mi fortaleza. Suspender el juicio y escuchar cada palabra, estar abierta a la sorpresa, permitir que la persona se revele ante mi percepción. Es difícil porque siempre hay prejuicios y experiencias previas con los compañeros. Estar consciente de eso es lo que me protege y protege al interlocutor. Permitir que el interlocutor se equivoque al juzgarme y aclarar lo que hay que aclarar si es necesario. A veces no lo es, al otro no le interesa. Hacer terapia y supervisar también depende de mí.


miércoles, abril 3

De filosofía y mujer


Hola mujer. Mujer hermosa. Todos te están esperando. Vos qué pensas? Será un buen momento? Hay gente que todavía duda, que tiene miedo, que no quiere mezclarse con estas ideas tuyas.
Veo en sus ojos el miedo, en sus tonos de voz. “Me están pasando cosas raras” dicen. “No entiendo nada”. Hay una dificultad a poner palabras a lo que está sucediendo, porque nunca antes habían estado tan conscientes de las emociones.
Mis amores, bellos, vulnerables. Sé, sabemos las mujeres, que eso es difícil. Entender. Te puedo ayudar a entender. No a controlar. Eso no me es dado aún, pero sé observar paciente. A veces impaciente, pero detrás de todo el berrinche, paciente. Porque sé que tengo un espíritu inquebrantable después de todo.
Todos los ciclos lunares lo vuelvo a comprobar. Amo mi esencia y espero que ustedes también aprendan a amarla. Así como es, salvaje.
Hay ciclos de 28, otros de varios meses. Y me vuelvo a encontrar escribiendo. Porque todo condensa en ideas. Ideas nuevas. Ideas conciliadoras. Vos podés hacer eso? Conciliar emociones, ideas, proyectos de vida?
Amo mi libertad. Más allá de las prisiones. Más allá de las dudas. Amo la forma en que se vuelve a presentar. Te quiero, esencia mujer.
Siempre fui más hombre que mujer. Te rechacé tanto por no dejarme avanzar. Las decisiones y la voluntad, la fuerza, el corte, la palabra, el orden. Eso es masculino. Lo aprendí después. Pero eso era. Más allá de todo. A pesar de todo.
Y de grande me agarra desprevenida una turbulencia insondable, incierta, inquieta. Mi esencia mujer me vuelve a encontrar en cada giro de esquina, en cada ciclo, cada vez. Te amo esencia. No sólo te quiero, así, para mí, sino que también te amo y te amo así. Porque tengo una dialéctica en mí. Ningún filósofo me va a enseñar las fases de la revolución, yo soy la revolución. Soy la sangre que corre, el viento que arremolina, las hojas que caen y las quedan, soy el río que alimenta. Soy la revolución. Ponele científica, lo que quieras. Ponele dialéctica, lo que quieras. Pero sobre todo, ponele mujer. Es mujer, y no es otra cosa. Esa mujer que estás esperando.
Yo sé que asusta. Yo sé que no hay nada más después de ella, porque no deja ley en pie. Para eso está el hombre, y esta vez digo hombre sin querer decir genérico. No hay nada más después de mujer porque mujer es un nuevo código. Para vos y para mí. Para todos. Para que dejemos correr el río.
Ya sabés que el río lo inventó Heráclito, y después Siddharta. Pero el río es mujer. Ellos sólo lo vieron. Bienaventurados ambos que lo vieron y entendieron: la respuesta es hoy, y mañana será mañana. Y lo importante es estar, ser río, y arremolinarse sin miedo.
Ahora dicen que es el poder del ahora. Y yo qué sé cuanta filosofía más de ascensor.
Yo te digo, es mujer. Es sentir sin juzgar, perdonando y dando gracias, es vestirse de estación, es amarte a pesar de todo, a pesar de todo, a pesar de todo, a pesar de todo, a pesar de todo, a pesar de todo, a pesar de todo, a pesar de todo, a pesar de todo, a pesar de todo, a pesar de todo. Y además, “humano”, como la capitana marvel, que se pone de pie, después de cada caída. Y vuelve a perdonarse, y vuelve a decir la verdad, para quien quiera oír.

Sabés qué? La verdad es verdad aunque sólo algunos la oigan. Siempre fui platónica, la de las ideas eternas y verdaderas. La realidad es de Heráclito, pero la verdad es platónica. Esta es la verdad:

El amor construye.

El miedo destruye.





jueves, mayo 10

Una película mala

Hoy fue uno de esos días en que empiezo a despertar durante el sueño, y ya consciente me pongo a repasar los detalles antes de que se me olviden. Y a medida que lo iba repasando, una sensación extraña me teñía las pocas imágenes que aún sobrevivían al embate de la represión. 
Una sensación de haber estado viendo una mala película. No de terror. Sólo mala. Mala producción, mala música, malos diálogos, mal timing... ¡que director barato que resultó ser mi inconsciente! Antes que pedir el reintegro de mi dinero, me puse a repasar los por qués y para qués de semejante desplante. Obviamente. Hija e Woody Allen tenía que ser. 

"¿Puedes entender cuán insignificante es todo?" en Hanna y sus hermanas

En primer lugar, los personajes de las películas malas son incomprensibles, inasibles, y por lo tanto impredecibles. La esencia y los conflictos del personaje no están bien trabajados, al contrario que en las películas buenas, donde el espectador disfruta la madurez del personaje, y cómo vence los obstáculos que se le presentan. Entonces, dije yo, ¿qué me querés decir con eso?
También sucede que termina la película y el espectador no sintió en ningún momento esa emoción previa a dudar de todo, del personaje, quién es el asesino, si él se la va a jugar por ella o no; y consecutivamente la confirmación de nuestras sospechas de que sí la amaba, y que el asesino era el mismo tipo que lo estaba investigando. Una buena trama comparte la gloria del descubrimiento con el espectador. Una mala no. Las películas malas terminan con un montón de cabos sueltos; al espectador le quedan serias dudas de que el asesino sea ese, o queda convencido de que la pareja al final era muy aburrida y que hubiese sido más entretenido que se separen trágicamente.
La música. O no tiene música y a la mitad de la película el espectador no sabe qué interpretar de los sucesos, empieza a sospechar de todo, pone la info del canal a ver si es un thriller o un romántico para saber por dónde va la cosa; o tiene música todo el tiempo, lo cual es bastante molesto. King Arthur por ejemplo, en mi humilde opinión. O sea ya entendí que es emocionante cuando saca la espada, pero un silencio ahí me habría provocado un paro cardiorespiratorio de la emoción.

 Por eso que pago, obviamente.
Retomando los para qués, entonces, yo me vi ahí en la película mala, manteniendo diálogos que están de más, sacando la capa y la espada cuando ya "pasó el tren" y la gente ya está salvada, pidiendo urgente bajar del avión cuando el capitán ya anunció que el avión no va a salir de todas maneras porque es de utilería; porque está tan mal diseñada la película, que las piezas sobran. 
Comprendí que mi inconsciente me estaba preguntando, ¿estás para sobrar o estás para contar? ¿Estás controlando el timing de los eventos? No lo dilates ni te adelantes. Jugá tu rol de manera coherente, que se entienda tu esencia, lo que querés, lo que sos, lo que podés dar, lo que te puede costar.
Y así tranquilita, 120, con esa presión digna de George Lucas, amanecí. Feliz cumpleaños para mí.
Beíta. 10 de Mayo de 1984

lunes, enero 8

¿Cuánto tiempo tardamos en tomar una decisión?


Hace unos días estaba reflexionando sobre una decisión que venía tomando a medias, de a poco, a veces olvidando, volviendo a retomar desde distintos puntos de vista. Se trataba de esos proyectos que se van acumulando a lo largo de los años y nunca le ponemos demasiadas fichas. ¿Era momento de apostar? ¿Era momento de suspender? Sobre estas cosas estaba cuando me pregunté, más allá de todo, ¿cuánto tiempo tardamos en tomar una decisión?
Me acordé de la película Inception, o El origen, con Leonardo Di Caprio, tan excelente siempre. Cómo las ideas son cultivadas, desde una pequeña semilla, una idea, un concepto, una imagen, y van creciendo hasta transformarse en acciones. Concretas. Que nos cambian. Que liberan en el acto un montón de energía, ganas, ilusiones que albergamos alrededor de esa semilla.
Antes de la gran decisión hay que hacer un montón de ensayos. Personalmente creo que la decisión no lo es sino hasta que sé a qué estoy renunciando y cómo voy a hacer el duelo por aquellas cosas que voy a dejar. La renuncia es lo más importante. Es casi más importante que la decisión. Para mí, renunciar es horrible, porque aquello que dejo es un poco de personalidad, un poquito de mí que va a ir tras el telón, quién sabe por cuanto tiempo quizás por siempre. Por eso me gustan los ensayos. Un día, una semana, un mes, pruebo mi proyecto nuevo, mi rutina nueva, mis nuevas prioridades. Y observo callada la falta de lo que queda atrás. Después vuelvo a mis pasiones, obsesiones, placeres. Vuelvo a pensar.

En esto de volver andaba, cuando tomé la decisión por fin. Qué buenos que son los comienzos de año, que imprimen de energías nuevas los proyectos, acompañando el nuevo orden de las cosas.  

domingo, marzo 26

En los juegos se reconocerán

   Había una vez un niño que jugaba. A espaldas de los dioses, jugaba. Y los dioses cuidaban, con sus ojos curiosos y atentos, su felicidad. Creo que se llamaba Pablo, pongámosle Pablo a falta de un nombre más cierto. Pablo jugaba pensando que nadie veía. Era tan feliz con su libertad y su creatividad. Era dueño de todas las cosas, su mente, su palabra, su amor. Un amor que una vez tuvo nombre, ya no.
   Digamos que ella existió. Que tenía unos frágiles cabellos rubios, hasta los hombros. Tan pequeña como él; tan cerca de los dioses como él. ¿Acaso tenía nombre? No me viene a la mente ningún nombre que le haga justicia.
   El tiempo fue tejiendo poco a poco, aunque de forma inminente como cauce natural, como ley de gravedad, la forma de la caída. Pablo no se dio cuenta, ella tampoco. Ellos jugaban, ellos estaban jugando y yo no pude avisarles. ¿Acaso había que avisarles? Fue, en realidad, algo hermoso. Pero aún no está del todo claro.
   Pablo y Ella de verdad se aman. Sí, son niños, y también aman a quien los hace felices. Y lo expresan jugando. Pablo y Ella se conocen, se reconocen uno en el otro, se hacen felices al mismo tiempo humano (el lineal, no el circular), sin esperar.
    Pero entonces ocurre que los dioses ponen la regla donde hay que medir el tamaño universal de las cosas, en el tiempo circular. El tamaño universal del amor. El que no tiene nombre, excepto para el hombre, excepto para la mujer, excepto para aquél/aquella que busca ponerle un nombre a todas las cosas.
    Sin advertencia alguna, el dedo de los dioses (¿las diosas?) marcó una espesa línea blanca entre Pablo y Ella. A mí no me gustó, pero creo entender, cuando despierto.
    Los niños que jugaban dejaron de verse por un segundo, mientras el dedo corría un velo frente a sus ojos.
    Luego volvieron a verse, ya sin poder reconocerse.

    Pablo conserva en su pequeña manito una sola cosa; la lista de juegos que con Ella compartía. Esos eran los juegos que ambos repetían hasta el cansancio. Él conservaba la lista. Él los había anotado, para nunca olvidarse. Quién sabe si Ella hizo lo mismo, no lo sé. Lo único que pienso mientras veo a Pablo mirar su pequeña lista es, seguí jugando, Ella te va a recordar. Ella te va a reconocer en los juegos. Pablo, vos también vas a recordar. Y vas a volver a amar, igual o mejor que antes. Seguí jugando.

lunes, enero 2

La esperanza y mis niños interiores

La esperanza es esa variación electromagnética que pone los pensamientos a levitar y los pies a enraizar; como enchufes de un pedacito de cielo que quiso tomar agua.

Los pobres de esperanza se han caído del cielo y no tienen ninguna dirección. Entonces toda la tierra es una inundación. Pero nada se siente como en casa. Todo se percibe en una extranjeridad forzada; esa obligación de estar vivo, de sobrevivir, comer, cambiarse de ropa.

Todos los niños quieren vivir. Todos menos uno. El que extraña su casa. Ahí, en el cielo. Para qué vas a explicarle las cosas. Este niño está aquí en el lado izquierdo de mi pecho. Por lo general está durmiendo. No es así como se hacen las cosas. No se pueden dejar las cosas así.

Entonces la mujer dijo, “lleva tiempo”. Volvé a tomar las cosas donde las dejaste”, dijo. Además dijo “nadie va a salir herido si vos hablás”. Esa mujer nos dio permiso para hablar.
En el fondo de nuestro jardín interior había un nogal. Cada nuez tenía un recuerdo. Los recuerdos caían al madurar y otro nogal empezaba a nacer. El jardín de pronto se tornó inaccesible. Podría pasar horas, días, meses, apreciando mi hermoso jardín. Pero los niños ya no pueden jugar allí porque se chocan. Y la pena entra. Eso. Eso es no hablar.


Para ser budista hay que saber talar. Porque mirando el río no se despeja el jardín. Porque en la palabra nace la libertad, y en la supervivencia del otro, madura. Los niños de mi jardín no saben callar, los niños de mi jardín construyen universos por medio de conjuros verbales. Pero sobre todo, sobre todas las cosas, se construyen a sí mismos con palabras de amor.