sábado, abril 20

Confieso que he muerto


Confieso que he muerto.
Y las almejas me vieron llegar,
cansadas de tanto esperar
caminar por la playa, y otear
hacia algún lejano lugar.
De mi boca a borbotones salían historias,
quejas, poemas y algunos mensajes
como de radio vieja, porque ellas
al pie del cañón, ya habían oído
que detrás de las olas había una boba
que arponeaba tiburones que ella misma creaba
y ansiosas como locas, deseaban socorrerle.
“De nada sirve que la presiones”
le dijo una a la otra,
“Cuando ella quiera, y esté dispuesta,
va a descansar.”
Confieso que he muerto.
Todo el océano se volvió veneno
todas las gaviotas se volvieron cañones
y dejé de matar tiburones para morir de pena.
Un enjambre de medusas me envolvió
y así, hecha trizas, morí.
Carcajadas de almejas recibieron mi cuerpo
y con pétalos de rosas lo cubrieron
cantaron alegres, espantando miedos
y a gritos callados pidieron silencio.
Silencio. Ya no queremos escuchar más historias viejas.

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