domingo, abril 6

Oda al agua

Cuando yo era chica, el agua entró por el cuello de mi útero, hasta mi útero, me dio un hijo y mi hijo salió despedido. Me quedé mirando hacia el cielo a ver si volvía, con los ojos bien abiertos por si aparecía la gaviota de los mitos, y cayó el agua, cayó tanta agua que inundó mis ojos y lloré mares, vomité acostada, arrodillada, tirada. El agua misma bañó mis cuerpo y me sostuvo como hoja de papel hasta el puerto de mi Patagonia, me arrastró sin que se lo pida, disimuló mi tristeza y me dejó parada en la arena. Como en un frasco, con agua, y yo. El agua amortiguó mis desequilibrios. El frasco se rompió, me regué por toda la tierra. Un río se fue al este, otro al norte, otro al oeste. Y en el sur quedaron mis pies, con los que yo sabía caminar. Cada vez que llegaba a un pueblo caía el agua y me recordaba, dónde dejaste tus pies. Y yo le respondía, hoy voy a bailar con mi corazón. Corazón y pies. Corazón y pies. Corazón y pies, me decía a su vez. Bajó la marea y mis vestidos con ella, y yo, ¡mis pies! y esta vez volé. Y llovía en puerto, y nadie vino a protegerme. Miré las costas, y las montañas, miré a través del agua suspendida en el aire. Llevame con vos, ya estoy cansada, tengo frío y tos. Y nos fuimos de allí, en una nube, a través de las montañas.
Ahora dicen que la lluvia no la quiere abandonar. Y llueve y llueve, en el desierto, donde ella tiene sus pies.

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