Había una vez un
niño que jugaba. A espaldas de los dioses, jugaba. Y los dioses
cuidaban, con sus ojos curiosos y atentos, su felicidad. Creo que se
llamaba Pablo, pongámosle Pablo a falta de un nombre más cierto.
Pablo jugaba pensando que nadie veía. Era tan feliz con su libertad
y su creatividad. Era dueño de todas las cosas, su mente, su
palabra, su amor. Un amor que una vez tuvo nombre, ya no.
Digamos que ella
existió. Que tenía unos frágiles cabellos rubios, hasta los
hombros. Tan pequeña como él; tan cerca de los dioses como él.
¿Acaso tenía nombre? No me viene a la mente ningún nombre que le
haga justicia.
El tiempo fue
tejiendo poco a poco, aunque de forma inminente como cauce natural,
como ley de gravedad, la forma de la caída. Pablo no se dio cuenta,
ella tampoco. Ellos jugaban, ellos estaban jugando y yo no pude
avisarles. ¿Acaso había que avisarles? Fue, en realidad, algo
hermoso. Pero aún no está del todo claro.
Pablo y Ella de
verdad se aman. Sí, son niños, y también aman a quien los hace
felices. Y lo expresan jugando. Pablo y Ella se conocen, se reconocen
uno en el otro, se hacen felices al mismo tiempo humano (el lineal,
no el circular), sin esperar.
Pero entonces
ocurre que los dioses ponen la regla donde hay que medir el tamaño
universal de las cosas, en el tiempo circular. El tamaño universal
del amor. El que no tiene nombre, excepto para el hombre, excepto
para la mujer, excepto para aquél/aquella que busca ponerle un
nombre a todas las cosas.
Sin advertencia
alguna, el dedo de los dioses (¿las diosas?) marcó una espesa línea
blanca entre Pablo y Ella. A mí no me gustó, pero creo entender,
cuando despierto.
Los niños que
jugaban dejaron de verse por un segundo, mientras el dedo corría un
velo frente a sus ojos.
Luego volvieron a
verse, ya sin poder reconocerse.
Pablo conserva en
su pequeña manito una sola cosa; la lista de juegos que con Ella
compartía. Esos eran los juegos que ambos repetían hasta el
cansancio. Él conservaba la lista. Él los había anotado, para
nunca olvidarse. Quién sabe si Ella hizo lo mismo, no lo sé. Lo
único que pienso mientras veo a Pablo mirar su pequeña lista es,
seguí jugando, Ella te va a recordar. Ella te va a reconocer en los
juegos. Pablo, vos también vas a recordar. Y vas a volver a amar,
igual o mejor que antes. Seguí jugando.
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