jueves, abril 9

Escaleras

Él hace lo que quiere. Lo veo jugar con hilitos de cobre, dice que va a construir algo. Amo la forma en que se ocupa de su asunto. Amo la forma en que posa suavemente los pequeños dedos sobre los finos hilos de cobre. Amo sentarme junto a la ventana cuando el sol me encuentra de lado, mientras observo la belleza ultra calculada de sus movimientos. Se me ocurre que en su mente hay una maraña inescrutable, donde los hilos de cobre no hicieron caso a sus dedos, y le han dejado a mi belleza de niño esa cara de tragedia boquiabierta.

Él me trae sus hilos de cobre con una mezcla de orgullo y desconcierto: "no entiendo qué pasa".
Ha construido cuatro escaleras perfectas que no llevan a ningún lado, que se conectan entre sí de tal forma que nunca se sabe si suben, o bajan.

Yo quiero decirle que es una hermosa metáfora, que me hace tan feliz observar en lo material una condensación tan bella y perfecta de lo que a veces percibo en mi propia maraña de pensamientos y que finalmente allí, entre sus pequeños dedos, frente a su carita de desconcierto, lo comprendo. El mundo de las ilusiones recupera su legítimo lugar, y vuelvo a elegir, por enésima vez, caminar escaleras continuas e interminables, con la certeza de que no hay lugar, más que la belleza.

Pero él quiere tirarlo todo y volver a empezar. ¿Y qué voy a musitarle yo sobre los "no lugares" y la certeza, o la belleza?
Él va a tirarlo todo y volver a empezar. Y yo voy a seguir observándolo desde la ventana, feliz de ser testigo de su existencia, de su dedicación, de sus pequeños dedos tejiendo la perfección.

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